sábado, 15 de diciembre de 2007

HISTORIAS DEL KRONEN MURCIANO

La Sombra de Aznar

Mirando de reojo mi amada Región de Murcia surgen en mí cuestiones que me rondan muy de vez en cuando ¿Cuántas veces a lo largo sus vidas se han preguntado impertérritos por qué fulano o mengano, familiares o conocidos, miembros de su comunidad o circulo cercano, defendían ciertas ideologías políticas aún estando éstas alejadas de sus intereses y prioridades más evidentes? ¿Cómo un obrero con familia a cargo, humilde y con un trabajo mal pagado puede votar opciones neoliberales como las que defiende el Partido Popular? ¿Cómo una anciana viuda que depende para subsistir de una pensión puede apoyar con su legítimo voto a políticos que consideran que las prestaciones sociales deberían abolirse para dejar paso al libre mercado y al absolutismo del laissez-faire-laissez-passer donde solo las rentas más pudientes y resueltas, pueden nadar a favor de corriente? ¿Qué ha pasado para que el murciano medio, humilde y honrado, salga a la calle a defender al señorito, al caciquillo de medio pelo, mientras un juez dictamina si ingresa en prisión el dada la gravedad de los delitos imputados?.

En esta tierra murciana los salvapatrias del cemento, aquellos nuevos ricos que juegan al monopoli con nuestro patrimonio natural y nos chulean la ordenación de nuestro territorio metiéndonos resorts con calzador, nos han vendido por activa y por pasiva que el liberalismo económico era la solución de nuestros males. Que el ladrillo nos iba a dar tal empujón que poco más que todos tendríamos la posibilidad de llevar un Mercedes, comprar un pisito en La Manga y darnos una sesión de spa de vez en cuando. La persuasión política y económica ha conseguido tal efecto en la conciencia colectiva de los murcianos que el sentido crítico ha dejado paso, en metástasis, al pillaje social más absoluto, a una región donde se compadece a los corruptos y se mira con desdén a la Justicia. ¿Somos la Sodoma y Gomorra mencionada en la Santa Biblia? Comienza el cuento. Un día, hace no muchos años, los embaucadores del poder fáctico se sentaron en la mesa con una clase política desvergonzada y corta de escrúpulos para desarrollar un macabro plan que afectaría irremediablemente a la sociedad murciana en su conjunto. Objetivo: dinero fácil, sisado bajo fuegos artificiales (para que no sucumba alarma social alguna), reparto del generoso pastel entre politicastros, empresarios afilados, periodistas sin ética, colectivos seudo sociales y quien sabe si también con la participación por omisión de algunos círculos sindicales.

El murciano vería las obras del faraón como indicio del regalo de los poderosos, como muestra de la buena voluntad de unos altruistas señoritos del ladrillo en un sospechoso anticipo: nos colmaron de proyectos con urbanizaciones, de campos de golf avalados por estrellas del papel couché, de centros comerciales de toma pan y moja, de oportunidades de negocio; en definitiva nos convencieron de que el obrero y el empresario estaban en el mismo barco, de que todos ganábamos, de que el pastel era un festín para todos (cuando el pastel estaba ya repartido).Nos vendieron a base de talonario y propaganda que sus intereses eran los nuestros, con una sola condición: para cumplir los objetivos todo o casi todo valía, la selva, la ley del más fuerte, del más pillo. Había que relajar entonces el control de las administraciones y de los poderes del Estado en un pacto tácito que los ciudadanos asumieron e interiorizaron. Se aplicaba la máxima marbellí “Es verdad que Jesús Gil roba pero también deja que los demás robemos”. Porque veíamos, encandilados, como se ponían ladrillos y ladrillos, y claro, muchos dijimos ¡Yo también quiero! Cegados al olor del dinero y el pelotazo fácil afirmamos: ¿Qué más da el medio ambiente? ¿Qué más da la sostenibilidad? ¿Qué más da la gestión de las infraestructuras? ¿Acaso me dan de comer? ¡Yo también quiero!Con una población anestesiada, deslumbrada por tanta obra y tanto movimiento sinónimo de riqueza (los murcianos comemos por la vista), los despachos oficiales se abrieron de par en par. Pero no para el jubilado o el parado (qué inocentes), si no para el empresario sin escrúpulos y el nuevo rico hortera, ataviado con sus gafas Armani y su maletín rebosante, preparado para darse una orgía a costa del prójimo. Las plusvalías resultantes de depredar al territorio se quedaban entonces por el camino, al olor del dinero negro y el chanchullo fácil, donde los poderosos y los acaudalados se mueven como peces en el agua; ellos, por tener más dinero que usted, tenían prioridad; ciudadanos de primera y de segunda aunque luego salga el Rajoy de turno a decir que todos los españoles somos iguales. A los ciudadanos honestos y honrados no nos quedó otra que bailarles el agua hipotecándonos a 40 años para rellenarles los bolsillos, encima, con el mayor de nuestros entusiasmos.

Nuestros políticos nos respondieron (y convencieron) que los beneficios no tardarían en llegar y para muestra nos prometieron agua del Norte para que el revival perdurase por los siglos de los siglos, amén. ¡Dadme votos y yo os traeré agua! Y les creímos.Pero no solo se traficó con el ladrillo. Nuestros politicastros, crecidos por las mayorías absolutas, se creyeron que eran faraones y que no bastaba con sacar partido del derecho constitucional de la vivienda, querían más. Pusieron en práctica su premisa favorita: privatizar nuestros servicios públicos. El negocio también estaba en la educación, en la sanidad, en la seguridad, incluso en los organismos públicos y las televisiones autonómicas, siempre en convivencia con el poder económico, financiador de las campañas de marketing necesarias para mantener entretenido y despistado al personal (nosotros). Se desviaron fondos públicos a colegios concertados, a universidades católicas, a hospitales de capital privado. Se redujeron más que nunca las plantillas de policía y de guardia civil para promocionar la seguridad privada y llenarle los bolsillos al familiar o al amiguete a costa del esfuerzo de miles de familias; ellos, los ingenieros de esta broma, estaban en los consejos de administración y en las gerencias de esas empresas y sociedades privadas, agazapados y seguros, rentabilizando nuestras maltrechas prestaciones públicas. Nosotros, los que pagábamos ya las hipotecas y los riñones, cumplimos penitencia soportando listas de espera en nuestros hospitales, la falta de plazas públicas en nuestro sistema educativo y el aumento de la delincuencia, lo que nos abocaba, de nuevo, a llenarles la chequera contratando seguridad privada, matriculando al niño en el colegio de elite y haciéndonos de la mutua privada de turno. ¿No entienden ahora tantas medallas, tantos homenajes y tantos ladrillos de oro?Pero les creímos, les creímos porque el vecino o el pariente había recogido alguna migaja y se había convertido en uno de ellos (o eso creía) por haber malvendido una parcelita por cuatro duros, siempre por debajo de su valor real, cuando en realidad el pelotazo lo habían dado los señores del ladrillo, a costa de la ignorancia de la gente y por obra y gracia del santo tráfico de influencias.

Cuando algunos ciudadanos avispados empezaron a entender lo que se cocía entre bambalinas y elevaron la voz, llegaron los salvapatrias a imponernos medallas de murcianía para acallar las manifestaciones molestas, “son antimurcianos, no les hagáis caso”. Y les creímos. Nos dejaron de importar los sueldos, las pensiones, la sanidad y el medio ambiente, habíamos entrado en el juego, en efecto, nos lo habíamos creído. Nos cegaron salpicándonos con agua para todos, afrentándonos con nuestros vecinos y paisanos para que siempre, siempre, tuviésemos la mirada puesta en el exterior, en casa ajena. Se coció un nacionalismo hidráulico (término acuñado por peligrosos comunistas) aprovechado para someter y crucificar al adversario. “La culpa de Carod Rovira”, “esto es por Maragall”, “nos pasa porque Zapatero no…”, “aragoneses insolidarios”, “catalanes separatistas”, “ecologistas vagos” y “socialistas corruptos”. El aborregamiento funcionaba al tiempo que los listos empapelaban las zerricheras para hacer caja. El obrero, el jubilado, la ama de casa, todos manifestándose cual voceros, mientras tanto, sin perder un segundo, los listillos del ladrillo estaban en sus despachos, maquinando, recalificando, repartiéndose el pastel. Una sociedad mamporrera al servicio de los oscuros intereses de unos caraduras. Qué vergüenza, a esto hemos llegado.

Pero los sueños son eso, sueños, nadie te asegura que se vayan a cumplir. Una vez despiertos la crudeza se manifiesta. Nuestro PIB ha crecido mucho y es cierto que algunos murcianos viven mejor que antes. Pero nuestra comunidad autónoma está a la cola de España en sueldos y renta per capita por habitante; en pensiones y en política social; en número de médicos y enfermeras; donde más ha crecido el precio de la vivienda y menos vivienda social se hace; donde es mayor el fracaso escolar; con la mayor economía sumergida del país; donde mayor diferencia hay entre ricos y pobres; donde la Fiscalía tiene más procedimientos abiertos en la lucha contra la corrupción urbanística. Nos han colado miles de urbanizaciones y resorts sin planificar servicios públicos, carreteras, centros de salud y colegios para amortiguarlos. Colas para todos, tráfico para todos. Mar Menor cloaca, Zerricheras enladrilladas. Negocio rápido a costa del ciudadano y si alguien se queja, la culpa es de Zapatero.Mucho morro y mucha caradura por estas tierras. Porque miras a los dirigentes murcianos y cuales Barts Simpsons te dicen “Yo no he sido”. Ya por defender, ni defienden ese Ebro tan majo que nos iban a traer del norte. Tampoco las desaladoras, aunque ellos hayan inaugurado algunas. Llegan a un extremo que parecen maldecir el cielo si caen dos gotas. ¡Cuánto peor mejor! No movieron ni un dedo por el Ave, por el aeropuerto, cegados de incompetencia, pero la culpa, sí, lo han adivinado, es de Zapatero. Tenemos algunas decenas de cargos, diputados, alcaldes y funcionarios imputados, a la Fiscalía Anticorrupción investigando al consejo de gobierno, decenas de denuncias en los juzgados por asomar, y sin embargo, ¡aquí no pasa nada! ¡Sodoma y Gomorra! Nadie dimite, nadie pide perdón, transparencia cero, responsabilidades políticas cero, aplausos para los desfiles judiciales y santas pascuas. ¡Qué bochorno!Pero el pecado lleva incluida la penitencia. Los fiscales aterrizan en nuestros municipios para pasar el cepillo a los corruptos y corruptores. Hacienda ya olfatea el dinero negro y las innumerables estructuras societarias enmarañadas para distraer millones de euros que deberían ir a la caja pública en aras de una justa redistribución de la renta.

La demanda de viviendas cae en picado y se aventura el estallido de la burbuja inmobiliaria que creará unas interminables listas de paro, embargos de los bancos a gogó y la huida de empresas e inversores al extranjero. Y entonces los poderes fácticos, los mismos embaucadores de medio pelo, no lo duden, comenzaran a ahorcar a los obreros, les quitarán sus casas, sus coches y sus trabajos si hace falta, echarán a miles de murcianos del sueño, los susurros en la oreja habrán terminado y a aquí paz y luego gloria.Ellos, los listos, se irán a Brasil a fumarse los beneficios. Nosotros nos quedaremos aquí comiéndonos con patatas miles de viviendas resorts, con un Mar Menor destrozado y con ciudades insostenibles, hipotecados y con peores servicios públicos que hace 15 años. Porque aquí nunca entendimos eso del I+D, el tejido industrial o el desarrollo sostenible, que no era incompatible con construir e invertir en ladrillos como nos hicieron creer. Les creímos y lo pagaremos, caro, durante muchos años.Esta historia no tiene un final feliz. Este es el cuento real de cómo miles de ciudadanos se han “hipotecado” al servicio de los poderosos, engañados y vilipendiados por una clase política que deja mucho que desear. El Estado de Derecho y las leyes de mercado se apremian para recoger su trozo de pastel porque ni siquiera los poderes fácticos están a salvo del juez justiciero y el acreedor engañado. El juicio final se acerca y cuando se destape la cruda realidad ni el mayor incrédulo podrá negar esta pesadilla. Eso nos pasa por tener tanta con-fianza. Algunos ya van por la sin-fianza.

Al loro porque los primeros coletazos ya asoman. Con los años, con las condenas y con las nuevas coyunturas económicas, con toda esa perspectiva, no duden que muchos murcianos podrán por fin ver con la crudeza necesaria el desarrollo de los acontecimientos. Primero vendrá una fase de negación absoluta. Después una fase de shock, entre la incredulidad y la vasta realidad de unos hechos cada vez más innegables. Por último llegará la fase de hastío, cabreo y vergüenza. Entonces el ciudadano ya habrá pasado de hacer palmas a los corruptos a pedir con vehemencia su procesamiento. Avisados estamos. Sodoma y Gomorra, más pronto que tarde, arderá en llamas para expiar todos nuestros pecados.

1 comentario:

Álvaro dijo...

Es lo que siempre digo a mis padres y amigos, que la gran mentira defensiva del capitalismo agresivo es "dejadnos hacernos ricos para que después lo seáis vosotros". No. La realidad es "dejadnos hacernos ricos con vuestro consentimiento; vosotros seguiréis igual de mal, pero es que además en otros países las van a pasar putas".

Como también siempre digo, presuponer a las empresas y corporaciones actitudes humanas (generosidad, solidaridad) es un error tremendo que estamos pagando muy caro. ¿Por qué si un constructor se hace de oro, va a empezar a vender las viviendas más baratas? Es absurdo pensarlo. O mejor, inocente.

Mis padres me dicen "no ataques tanto a los constructores, que si quiebran va a ir media España al paro". Bien, esto tiene miles de contrasentidos. Primero y más obvio: se van a seguir necesitando fontaneros, electricistas y aparejadores... otra cosa es que ganen una pasta o no. Segundo y menos obvio: ¿para qué queremos el amparo empleador de los constructores si luego no nos podemos pagar una puta casa?

Saludos.