En menos de 48 horas hemos contemplado cómo dos consejeros salientes de los más potentes del Gobierno Valcárcel se despedían de sus colaboradores entre lágrimas y bajo los focos de los medios de comunicación. Lo nunca visto.
Lo hizo Fernando de la Cierva el miércoles; y lo repitió ayer María Teresa Herranz, quien además dejó una especie de testamento sanitario que se rebela contra un despido que considera injusto, aunque trata de guardar las formas hacia el presidente.
Herranz, presintiendo que haya sido apartada por «comerse el presupuesto» realizó una defensa del modelo no economicista de la sanidad, fruto del Estado del Bienestar, pero que tiene detractores agazapados detrás de las cuentas de resultados. «La solución no está en cortar las alas», dijo en sintonía con una gestión sanitaria que a la fuerza tiene que ser positiva debido al apoyo cosechado. Pensar en otros motivos no desvelados queda de momento para el inventario.
La multitudinaria y cariñosa despedida de Herranz no transmite buenas vibraciones para su sucesora, Ángeles Palacios. Que se instale ahora un mal clima en la sanidad murciana no es bueno para nadie, y menos para los usuarios, por muy agraviado que se sienta el colectivo sanitario. Muchos pueden pensar, como añadido, que la naturaleza de este cargo requiere a una persona vinculada con la Medicina.Por lo demás, la emoción de la despedida y cierta rabia contenida justifican las lágrimas; aunque todo consejero sabe que su cargo siempre pende de un hilo. Se comprende la condición humana, ¿pero qué bajadas de telón!
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